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06 de agosto  19 de septiembre
Miércoles a Domingo 14:00 a 17:00

exposición

cuerpo y tiempo

antonio mira

En el ciclo de la existencia todo cambia. Nada de lo que pensamos que es real es permanente.

Incluso el granito más duro se reducirá a polvo. Este es el ciclo natural de la materia y lo mismo sucede con el ser humano en relación a su parte más densa.
Para unos de polvo en polvo, para otros de luz en luz.
Sin embargo, todos nosotros, sin excepción, estamos buscando el sentido de nuestra permanencia en este mundo lleno de misterios, pasiones y miserias.
Con el limitado nivel de percepción que nos dan nuestros sentidos, tenemos acceso a algunas “realidades”, pero también tendemos a rechazar hipótesis que no pueden ser verificadas por ellos.
Nuestra noción de la realidad está así distorsionada, porque se basa únicamente en las respuestas dadas por la química compleja de nuestro cuerpo.
Sin embargo, las percepciones de nuestra conciencia no pueden ser aprehendidas por métodos similares a los que examinan los fenómenos externos.
Por eso, las diversas Tradiciones señalan el camino directo para ampliar el conocimiento del Ser, superando las ilusiones que nos rodean.
Las diversas formas de mística tienen como fin último el despertar a la realidad total, superando los ciclos temporales.

António Mira  (En “O Dilema dos Sete Círculos”)

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EN TRÁNSITO

La reiteración de los temas de su obra se entrelaza con su trayectoria de vida, que propone compartir con nosotros, como en una conversación. Es un vagabundo por lugares particularmente intensos cuyas marcas absorbe, o se marca y se marca a sí mismo. Como se puede ver rápidamente como dije en otra ocasión), estamos hablando aquí de religión, en el primer sentido, ni institucionalizado ni distinto del término. Religare: el hombre al mundo, el mundo al cosmos, representando nuestra vida como un círculo del ciclo fructífero de la vida. La figura de esta integración constitutiva es, para Mira, el mándala de las religiones filosóficas de Oriente pero perceptible en muchas (quizás todas) iconografías de lo sagrado: lo perfecto y silencioso giran unos dentro de otros, haciendo que el mínimo y la inmensidad sean equivalentes en un movimiento tan repetido que no lo sentimos. Como no sentimos nuestro planeta deslizándose en su órbita y nosotros con él.
(...) Utiliza entonces medios sutiles y técnicamente refinados para marcar ese camino invisible que abre a la vez una ética de la vida y un eslabón más de la voluntad de arte que, en el sentido fundacional del filósofo alemán Alois Riegl, implica, en cada situación, el cuerpo y el alma de cada artista.

Raquel Henriques da Silva

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